Pobre Palermo, adelante Palermo: el domingo del cambio

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Este es un día histórico para la ciudad.
Las urnas por un lado, la ‘Barbera’ por el otro.

El dolor de Palermo es una bofetada del ruido seco, en la ciudad que nunca había sufrido tanto en los últimos tiempos.
Aparentemente no existe, no lo hay.
El cielo y el mar son una oportunidad para olvidarse de las heridas.
Pero ese es precisamente el problema: resignación, indiferencia, dar la espalda, no verse.
Siente ganas de gritar y permanecer en silencio.
Buscando un horizonte y sin saber dónde encontrarlo.
Quizás, el único capaz del milagro sería Santuzza ser invocado con un maxi-acchianata colectivo.
Rosalía, líbranos de la plaga de la inacción, porque nos estamos extinguiendo, sin darnos cuenta.
Palermo se ahoga.
En sus ataúdes apilados sobre los Pergaminos.
En su plácida inhabitabilidad.
En su aclamadora pobreza tu ‘papáal siglo giuseppe conte, abanderado de la renta de ciudadanía.
En su indolencia, que también es una coartada.

Así, buena parte de los habitantes miran a las elecciones de hoy como un ritual cansado.
Nos apretamos el corazón entre los hombros, independientemente de la bandera que ondeará sobre el Palazzo delle Aquile.
Entonces, cuando un nuevo reino -que, improbablemente, dure casi treinta años como el de Leoluca Orlando- haya tomado posesión, con su poder y sus milicias, las procesiones de los fieles o aspirantes a tal comenzarán de nuevo.
Manoplas de apáticos redescubrirán el parpadeo perdido, presentándose al beso ritual: rey o gobernante democrático, no importa.

Y sin embargo, este domingo de celebración se parece a sí mismo en anunciar un cambio seguro y deseable.
La primera es obvia: pasaremos a elegir un nuevo alcalde -entre aquí y el balotaje- que, pase lo que pase, cerrará una era y abrirá otra.
Todos los que con razón se quejaron de las desastrosas condiciones de un municipio colapsado, de un plumazo, podrá elegir el sentido de la marcha. Por supuesto, no fue una buena campaña electoral, atravesada por venenos y polémicas, más que por hechos.
Y el conjunto del personal político que se anuncia -descontado de los bombardeos e investigaciones que con razón suscitan alarmada inquietud- no parece estar compuesto por estadistas.
Pero hay candidatos que representarán los nervios de las instituciones.
Votarlos, exigir un comportamiento coherente sin apoderados en blanco, ejercer el oficio de civismo, en sí mismo, en estas latitudes, sería media revolución.

El cambio deseable, en cambio, quema y ya chisporrotea de amor en las miradas que, esta noche, se volverán hacia un campo de fútbol, ​​transformado en pulmón de alientos apasionados.
Palermo se juega en la Serie B, en la final, un gol que parecía difícil y que llega gracias, sobre todo, a la fuerza de Silvio Baldini.
Una bola rodante tiene variables, en su singularidad, mucho más relacionadas con el caso administrativo.
Sin embargo, si la bendición de una fiesta lloviera sobre nuestras sombras, todos nos sentiríamos inmensamente más felices y más palermitanos que nunca.
Y aún viviríamos el dualismo de un estado de ánimo complicado, entre la ira y el amor, que sólo aquí se contradice en el mismo grito.
Pobre Palermo, sigue Palermo. (Roberto Puglisi)

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