Leoluca Orlando, el hombre que no cambió Palermo

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El discurso de despedida del alcalde de Palermo y el balance de estos años.

Sería demasiado fácil y burlón llevar a cabo una operación con un gusto demagógico.
Es decir, acercarse al último discurso triunfal del rey democrático, de leoluca orlando que dentro de un rato ya no será alcalde de Palermo, a ninguna de las imágenes que cuentan el catastrófico presente de la ciudad.
Desde los ataúdes devorados por el sol, bajo los obscenos toldos blancos del cementerio de los Rolls, a las calles devastadas, a las obras de construcción que han aprisionado a personas y cosas, a la suciedad, a las bizarras soluciones en el sistema viario, a las cuentas jadeantes…
Los puntos indican que podríamos seguir hasta llenar infinidad de páginas.

Pero, ahora, el camino de la venganza de la realidad sobre las sugerencias, por factible que sea, sería en realidad limitada y restringiría la mirada a los últimos años que han representado un golpe indecible frente a las premisas.
La pregunta crucial es, si acaso, otra: ¿Leoluca Orlando, en su larguísimo reinado, cambió Palermo? Y parece que podemos responder que no, aclarando el sentido y alcance de la sentencia.

El alcalde de Primavera fue el artífice de su porción revolucionaria, pero esta ciudad ha crecido y se ha puesto un nuevo vestido, colectivamente, en su autoconciencia diferente y progresista.
Independientemente de los personajes que han jugado un papel histórico y protagónico, fue Palermo quien cambió Palermo.
Y perjudicaría a los miles de soldados desconocidos, que se han empeñado en la cura de la pobreza, en la disciplina de la legalidad, en un complicado camino de redención, dando crédito a uno, dejando fuera a los demás.

Palermo cambió cuando decidió no ser más la ciudad de Lima y Ciancimino, la capital de la mafia.
Palermo cambió cuando, frente a los ataúdes de los mártires de las masacres, decidió que ya no enterraría a sus muertos, sin intentar luchar o sin avergonzarse de no haberlo hecho.
Palermo cambió cuando exigió que la civilización de los derechos pasara a ocupar el lugar de la conveniencia de los privilegios: un camino aún, en su mayor parte, por recorrer.

Palermo no ha cambiado en sus estigmas de metrópolis soñada y sufriente. No ha cambiado en que sigue siendo enemigo de Palermo, por la incapacidad de dar respuestas sencillas y normales a las necesidades de la vida cotidiana y ni siquiera en la insatisfacción de quienes, al vivirla, se sienten atrapados.
Palermo no ha cambiado porque, difícilmente, el hijo de Zen llegará a ser cirujano cardíaco, aunque pueda ser el mejor médico del mundo, mientras que será el hijo de Via Libertà, más fácilmente, el que ocupe ese lugar: ya sea se lo merece o no.

Leoluca Orlando, en su dimensión pública, modificó, con los demás, lo que conoció y presenció, junto a nosotros, entre la impotencia y la indolencia, en demasiados naufragios.
Su historia con Palermo ha terminado, llena de cariños, rencores, intuiciones y errores.
Ahora, como sea que vaya, comienza otro.
(Roberto Puglisi)

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